Web Toolbar by Wibiya Caso García Belsunce: Julio César "descubrió"al asesino de María Marta

miércoles, 18 de febrero de 2004

Julio César "descubrió"al asesino de María Marta

La inmensa mayoría de la gente desconfía del poder judicial. Sin embargo, son muy pocos los que saben hasta qué punto ese poder se ha convertido no en una garantía de los derechos y de las libertades sino en una amenaza inmediata y gravísima para ellos.

Es cierto que hay muchos jueces buenos y creo que de los tres poderes el menos corrupto es el poder judicial, precisamente porque hay muchos más jueces buenos que políticos buenos (¿hay alguno de esos?).

Sin embargo este hecho auspicioso no consigue contrarrestar el peligro que significa para los simples ciudadanos la existencia de numerosos jueces y fiscales pésimos, especialmente en el fuero penal, que es el que más directamente atañe a la libertad personal y al honor.

El Dr. Rodolfo Rivarola, eminente jurista y criminalista de principios del siglo XX, escribió un texto aterrador que demuestra cómo este peligro es antiguo, aunque cuando él lo denunció no era ni sombra de lo que es hoy. Si antes ese peligro era comparable con una araña venenosa, ahora es un monstruo gigantesco y carnívoro.

Se refería el Dr. Rivarola al poder de los jueces de instrucción según el Código de Procedimientos Penales en los siguientes términos:

"Para quien haya examinado y observado de cerca la práctica del proceso sumario, no será posible ninguna duda de que el verdadero peligro para todas las libertades está en la monstruosa tiranía que la ley ha puesto en manos de los funcionarios, a quienes por error ha dado el nombre de jueces de instrucción".

"En este momento en que me encuentro escribiendo estas páginas en el silencio de mi hogar tranquilo, yo no temo absolutamente que el presidente de la República pueda privarme de mi libertad personal...

"De la misma manera, toda la autoridad del Congreso de la Nación sería impotente para ordenar mi arresto y sacarme de mi domicilio...

"Un solo funcionario hay en cuyas manos la ley ha puesto, sin cuidarse de asegurar su responsabilidad, todos los medios para privar a un hombre inocente de su seguridad personal, su reputación, del goce de sus bienes, del reposo de su hogar, de la compañía de su esposa y de sus hijos. Este funcionario es el juez de instrucción".

"Una mera denuncia secreta, que en opinión del juez, en su opinión personal, pueda constituir una semiplena prueba del supuesto delito basta para ordenar una detención preventiva...

"El proceso y la detención preventiva podrán durar muchos meses y como el defensor no tiene derecho de conocer las diligencias no puede saber tampoco si éstas se practican...

"Por último, después de todas esta serie de vejaciones incalificables, el juez tiene derecho de atenuar su propia responsabilidad moral, ya que no será efectiva, dejando al inocente bajo el peso de la difamación con un acto de sobreseimiento provisorio, autorizado por la misma ley que enfáticamente...(reconoció el) principio de que todo hombre libre debe reputarse inocente mientras no se pruebe que es culpable".

No me explico cómo estas palabras de advertencia no fueron suficientes para que los gobiernos supuestamente democráticos del siglo XX (que los hubo de todos los colores políticos) no reformaran el Código procesal penal para suprimir esos poderes omnímodos y amenazadores de los jueces de instrucción.

Por el contrario, cada tanto se levanta una gritería exigiendo más poderes a los jueces penales y menos garantías para los acusados. Y hasta hay falsos defensores de la libertad, como Zaffaroni, que bastardean esta noble causa de las garantías en el proceso penal prohijando la causa de los criminales probados y asumiendo, con tanto gusto como falta de mérito, la designación de "garantistas".

Por otra parte, la prensa que vive del escándalo y de la trituración moral de las personas, exige procesos públicos pero no en el sentido en que lo son las audiencias del tribunal, sino para someter los jueces a los vaivenes de las fobias y de las parcialidades creadas por la política y por la misma prensa.

¡Guay del juez que se atreva a retacear información a los periodistas o que no la deje "filtrar" a sabiendas desde su secretaría! Los procesos en que alguien se juega la vida y la honra son tratados como partidos de fútbol, con la misma frivolidad y con el mismo fanatismo.

Un acusado "impopular" está condenado sin remedio y si alguien que goza del favor mediático es acusado (cosa que rara vez o nunca ocurre) está seguro de que no sufrirá perjuicio, a no ser que sus mismos compinches lo abandonen por interés propio o del partido.

Hoy hemos tenido una prueba más de la espantosa inseguridad jurídica en que vivimos. La acusación del Fiscal Molina Pico en el caso de García Belsunce es una pieza difícil de empardar en el campo de la incoherencia presuntuosa y de la malevolencia. Es inverosímil que Molina Pico haya sido nombrado Fiscal y sería inaceptable que lo siga siendo a partir de la publicación de esta acusación (que se hizo a sus instancias, pues hasta hizo preparar un resumen para beneficio de la prensa).

No consumo drogas, no soy narcotraficante, no soy amigo de los acusados ni defensor de ellos y no tengo ningún interés en la causa. Si digo esto es porque me aterra la posibilidad de que el autor de semejantes desatinos tenga en sus manos la libertad y la honra de las personas.

No he leído ni quiero leer las 257 páginas de la acusación ni las 60 del resumen que preparó el "modesto" funcionario para la prensa. Me basta el resumen de los diarios. Es de señalar que éstos, a pesar de la enorme campaña de embrollamiento del asunto que llevaron a cabo durante meses y meses con la obvia intención de aumentar sus ventas, no pueden evitar un cierto tono irónico al dar la noticia. Es clarísimo que no creen la desopilante versión de Molina Pico, que más parece una pura creación de su fantasía que una conclusión razonada de los hechos probados en autos.

El Cartel de Juarez, los hermanos Rohm del Banco General de Negocios, toda la familia de García Belsunce que llegó a la escena del crimen a fuer de parientes próximos, varios vecinos, la policía, el corralito, la memoria de la pobre víctima, todo esto en un cambalache jurídicamente heterodoxo y expuesto con una chabacanería indigesta.

Para terminar con acusaciones alternativas, como por ejemplo aquella en que enloda a la víctima, que está muerta y no puede defenderse, diciendo que "formaba parte o, en su caso, estaba anoticiada de la actividad mafiosa, de su accionar, de sus movimientos ilegítimos de dinero ilegal" ("Clarín", 17/2/2004, pag. 38)

¿Cómo "en su caso"? ¿Cual es ese "caso" que separa el ser cómplice del saber que existe un delito? EL Fiscal no tiene derecho a levantar semejante duda. Si hay pruebas para acusar debe hacerlo derechamente y si no las hay, no puede levantar dudas terribles desde su público estrado destruyendo el honor de una persona con una virulencia inaudita. Y menos aún puede precipitarse a publicar sus elucubraciones arbitrarias sin utilidad alguna para la investigación, aunque sí (tal vez lo crea él) para el adelantamiento de su carrera.

Esa autopromoción tiene ribetes demagógicos desagradables cuando dice que todo esto lo hace "para restablecer la justicia dañada y para que no se siga diciendo que sólo el villero es el que sufre el rigor penal en la Argentina" ("La Nación", 17/2/2004, pag. 11).

Molina Pico sabe perfectamente bien que si en vez de tratarse de la familia García Belsunce, bastante conocida, se tratara de la muerte de una pobre habitante de una villa miseria en su casilla precaria, él no hubiera mostrado la saña que muestra contra el marido, ni contra sus hermanos, ni contra sus vecinos. Es probable que a la primer dificultad de prueba hubiera dejado el asunto en manos de subordinados. Y lo mismo dígase de la prensa: jamás hubieran pasado de una pequeña noticia anunciando el crimen. A no ser que se sospechara de alguien conocido; en ese caso empezaría una caza de brujas implacable en la que el acusado no tendría ni la más mínima posibilidad de encontrar justicia imparcial.

La megalomanía incontenible del Fiscal queda demostrada en la frase final de su acusación: "Parafraseando a (Julio) César, pero con humildad (¡sic!), puedo concluir diciendo que, con la eficaz colaboración del personal a mi cargo investigué, descubrí, acusé" ("Clarín", 17/2/2004, pag. 38)

¡Dios nos libre de estos magistrados! ¡Pobre Patria y pobres argentinos! ¿Cómo se puede vivir en una tierra arrasada por magistrados así?

Cosme Beccar Varela

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