Web Toolbar by Wibiya Caso García Belsunce: Pachelo no despeja las dudas

miércoles, 25 de abril de 2007

Pachelo no despeja las dudas


Horacio Cecchi

En la audiencia de ayer Nicolás Pachelo demostró, antes que nada, que su capacidad de convocatoria es envidiable. Por primera vez, la sala de audiencias estaba colmada, desbordaba, los asientos en algunos casos se compartían y debieron agregarse nuevas sillas. Se percibía cierto nerviosismo típico en la platea. Había de todo. Una cantidad de periodistas desusada hasta la fecha que colmaron la nave central; un nutrido grupo de amigos de María Marta, en especial de Missing Children, entre ellos Susan Murray, que ya pasó como testigo. Eugenio Schenone, padre de Marcos (víctima de Horacio Conzi); las Madres del Dolor. Los abogados de los dos paracaidistas acusados, Betty Michelini y Gauvry Gordon. Pero lo más notorio y llamativo de este personaje central en la novela costumbrista del Country Carmel fue su capacidad de convocatoria hacia el nutrido grupo de familiares y amigos, valga la redundancia, de la Familia en defensa acusadora que, a contramano, pobló todo el sector jacobino de la sala, obligando a compartir butacas e incluso a agregar algunas. Pachelo declaró, respondió preguntas, ironizó y fue reprendido. Pero, por encima de eso, la audiencia de ayer fue una audiencia que obliga a aplicar los métodos de la lógica.
¿Qué dijo Nicolás Pachelo? Fue el primero de todos los testigos en el juicio que aportó de traje, como quien se viste los oros para el paseo de domingo. Pachelo llegó cubierto de traje gris a rayas finas, zapatos de cuero beige, corbata rosa, camisa blanca, barbita a medio dejar tipo yuppie. Parecía como si un asesor de imagen le hubiera dicho: “Nico, hoy te vestís como para un juicio”. Quizás algo excesivo por lo obvio, pero finalmente tan válido como llenar la sala de partes que después son una sola.
“El 27 de octubre no me levanté con un cronómetro en la mano”, empezó diciendo Pachelo, marcando de algún modo límites e intenciones. Y las preguntas de Molina Pico fueron llevando al testigo al terreno más escabroso, aquel donde la Familia se enjuga los caninos. Uno fue el de los horarios: fue a jugar al fútbol a Benavídez alrededor de las 14, volvió alrededor de las 17.30, se duchó y salió de nuevo en dirección al centro, al llegar al peaje volvió porque no tenía la billetera, entró, estuvo dos minutos y salió para volver a la medianoche. Tres chicos dijeron que lo vieron minutos antes de las 19 con pantalones de buzo y capucha cubriéndole el rostro trotando hacia su casa detrás de MM y él dijo que estaba vestido con pantalones cortos y remera deportiva, que a esa hora no estaba y que no solía trotar en El Carmel. “Pero son tres chicos que dicen haberlo visto”, le recordó Molina Pico. “Ellos sabrán lo que están diciendo”, respondió Pachelo. Es su palabra contra la de tres chicos que, si lo vieron, lo vieron cubierto. La misma situación se plantea a la inversa. Carrascosa dice que no estuvo en el Club House ese día y tres testigos dicen que lo vieron. La mucama de los Bártoli dice que no estaban y ellos dicen que sí.
Le preguntaron por los palos de golf y él admitió haberlos vendido en Punta Carrasco, pero cómo los obtuvo no fue puesto en duda. Pachelo ya había dado a Tito White su versión en aquel momento (que se los había dado un jardinero) y El Carmel no avanzó por el lado de la denuncia penal, lo que invalida que se esgrima ahora como argumento en su contra.
Le preguntaron sobre el caso Augé, en el que fue condenado por participación en el robo de una casa de la madre de una amiga. Pachelo puso ahí el límite. Dijo que había sido un error y que había pagado por ello. La defensa que querella se afilaba las uñas, pero el tribunal rechazó todo intento por invadir ese territorio. La cuestión es sencilla y excede toda pretensión. Culpar a alguien por sus antecedentes ya pagados a la sociedad es el principio del fin de la Justicia. Si Pachelo fuera culpable (que no se analiza en este juicio), de seguro que no puede serlo por un delito ya cumplido sino por lo que se supone que hizo. Esa fue la tesitura del tribunal y fue una señal a la querella que defiende.
Dijo que se enteró de que a MM la habían asesinado cuando Dolores Sanjurjo –una vecina de El Carmel a la que definió socarronamente como “alguien que se dedica a llevar y traer información”– le contó que le habían pegado “un fierrazo” y que a él lo estaban involucrando. A partir de allí empezó a pensar que lo mejor era tener un abogado. También recordó una reunión en el Sheraton de Pilar en la que los abogados Scelzi y Nardi lo trataron de interrogar mientras en la mesa de al lado repiqueteaba de nervios Horacito GB.
Intentaron llevarlo por el lado de Tom, el perro manco que aseguran que lo entregó a un criador de perros. Pachelo invirtió la relación: dijo que el criador le debía dinero y que le regaló dos Rottweiler. Uno era mansito. El otro, no. Lo devolvió a pedido de White. Fue lo único que le entregó. De nuevo, la Familia quedó enfrentada a la palabra de uno contra la palabra del otro, la inversión de los hechos usando la misma lógica. Después de todo, una sola parte es la que habla del accidente.
También dijo que vendió su casa el 20 de diciembre de 2002, apenas se conoció el homicidio. Ideal para que apareciera como una fuga. Pero aclaró: “Mi casa la tenían en venta White, Piazza y Burgueño desde un año antes” y la fuga se hizo añicos.
Pachelo se mostró impertinente, arrogante, irónico (el querellante Hetchen le preguntó: “¿Sabe en qué andan los vigiladores?”, queriendo empastarlo en los robos, y él respondió que “sí, a pie o en los autitos eléctricos”). Hasta llegó a ubicarse como víctima de la persecución. Se mostró rápido y caminando al límite, en la cornisa. Casi, capaz de todo. La Familia lo conocía desde antes del crimen. Supuestamente ya lo sospechaba un monstruo. Después de tanta sangre y encéfalo repartido, cómo hacer creíble que desde el primer día no pensaron en Pachelo. No parece suficiente la aparición del grifo asesino y sus seis pitutos.

PACHELO NO DESPEJO LAS SOSPECHAS EN SU CONTRA

Sólo evasivas, nada concreto

Raúl Kollmann
“No lo recuerdo, pero tampoco lo niego. No lo sé. No me puedo acordar de los horarios, porque para mí aquel día fue un domingo cualquiera.” Esta es la fórmula que más utilizó ayer Nicolás Pachelo para intentar zafar de lo que las pruebas demuestran: que estuvo en el country El Carmel hasta después del asesinato de María Marta, que tres chicos lo vieron trotando cerca de la víctima muy poco antes del crimen y que en sus declaraciones anteriores mintió diciendo que se fue antes de la hora del asesinato hacia el shopping Paseo Alcorta. La familia García Belsunce cree que, tal vez junto a un grupo de vigiladores, Pachelo entró a robar a la casa de MM y Carrascosa. Como la socióloga volvió sorpresivamente, se los habría encontrado adentro y, como los conocía, la mataron. Cuando ayer a Pachelo le preguntaron sobre uno de los tantos robos por los que fue condenado, el que organizó en la casa de la madre de su íntimo amigo Gastón Augé, contestó: “Esos son errores del pasado –ocurrió en 2003, después del asesinato de MM– y no quiero hablar de ese tema”.
Pachelo no está imputado en el juicio que se desarrolla en San Isidro. El único que puede ser condenado o absuelto es el viudo, Carlos Carrascosa, por lo que ayer el famoso vecino sólo declaró como testigo y no se le podían hacer preguntas incriminatorias ni que afectaran su honor.
Una clave de la audiencia consistía en evidenciar que Pachelo estaba en el country a la hora del crimen, a diferencia de lo que dijo en sus dos primeras declaraciones. El vecino argumentó que en la primera de ellas lo patotearon dos policías y que por lo tanto habló de horarios que no podía recordar, pese a que por entonces ya tenía en su poder un sugestivo informe que le pidió al gerente del Carmel para saber los horarios de sus entradas y salidas.
Lo concreto es lo siguiente:
- Ayer Pachelo dijo que no se acordaba, que no podía precisar. “No me acuerdo ni lo que hice ayer”, bromeó.
- Cuando le mencionaron que tres jóvenes, Santiago Asorey, Pedro Azpiroz Achával y Marco Cristiani, lo vieron trotando cerca de MM momentos antes del crimen, dijo que eso no era así, que él no había salido a correr. El defensor Roberto Ribas adujo en el programa El Exprimidor que los jóvenes fueron preparados por el primer abogado de Carrascosa, José Scelzi.
- Esta última versión parece poco creíble. Se trata de hijos de familias que concurren al country y que no tendrían motivo alguno para mentir y encubrir un crimen. Conocían perfectamente a Pachelo.
- Además, hay un dato contundente. Los jóvenes describen a Pachelo trotando hacia la casa de MM vestido con un buzo con una raya blanca al costado. En la imagen en que se lo ve después de la hora del crimen saliendo del country, Pachelo viste el mismo buzo.
- El vecino dice que no puede recordar los horarios, pero sí puso marcos de referencia en sus dos declaraciones anteriores. Llegó al country a las 17.37, dice que vio cinco minutos de Boca-River o de Rosario Central–Independiente (18.15) y que luego se subió al Fiat Siena de su esposa y se fue. Pero luego recordó que se había olvidado la billetera y que tuvo que volver a buscarla. Estacionó el coche frente a su casa, lo dejó encendido un minuto y nuevamente salió.
- El informe de Movicom que consta en la causa demuestra que Pachelo hizo una llamada a las 19 y recibió otra las 19.32, ambas cursadas por la antena 394, la que abarca a Pilar. Estaba allí y no camino a la Capital mucho, mucho, después del crimen.
- Para redondear, las imágenes de la puerta del country, que el fiscal Molina Pico tuvo en su escritorio durante un año demuestran que Pachelo salió del Carmel a las 18.58, por la salida de no-socios, largamente después del homicidio. No se percibe en ningún momento que haya vuelto a entrar por el olvido de la billetera. Según declaró las dos primeras veces, a esa hora hacía rato que estaba en Capital. Ayer dijo que no se acordaba, que nadie tiene presente los horarios.
Las sospechas contra Pachelo tienen como principal fundamento los numerosos robos que cometió, al punto de que el country dispuso que un guardia lo custodiara todo el tiempo. El de aquel domingo, Villalba, fue enviado por la empresa de seguridad a otro country, Martinico, de manera que Pachelo no estaba vigilado. En la primera semana de septiembre pasado, el vecino sospechado salió de la cárcel de Marcos Paz, en libertad condicional, tras ser condenado a cuatro años y tres meses de prisión. Se le imputaron muchísimos robos, todos con una metodología similar: se metió en casas de amigos o vecinos, parecido a lo ocurrido en El Carmel. Al final fue condenado por siete hechos. En la mayoría de los casos les hurtó las llaves a sus relaciones y después entraba en sus domicilios cuando no había nadie. Ayer le preguntaron sobre el caso Augé, donde confesó haber mandado a dos personas, una de las cuales entró armada y encapuchada. “Mandé dos tipos de Pilar”, admitió en aquel momento. En la audiencia de ayer se guareció con el argumento de que “son errores del pasado”.
Su manejo de armas también está probado, aunque siempre en versión light. Ayer dijo que tiraba contra liebres o que practicaba con amigos en la tosquera que heredó de su padre, Roberto, quien protagonizó un dudoso suicidio disparándose un tiro. Un empleado del progenitor declaró que muerto el padre, Pachelo les disparaba a fotos de Roberto puestas contra una pared. Ayer tampoco se permitió avanzar en la llamada causa Mariano Maggi. Se trata de una persona que le vendió un vehículo a Pachelo y que consideró que éste lo engañó con unos cheques. Le tirotearon la concesionaria y cuando Maggi lo increpó, Pachelo le dijo –según figura en el acta policial–: “Si tuve huevos para matar a mi viejo, tengo huevos para matarte a vos”.
Pachelo se encuadró ayer en la imagen que surge de la pericia psiquiátrica que le hicieron para determinar su adicción al juego, el aparente trasfondo de sus continuos robos: “transtornos psicopáticos de personalidad. Lúcido e inteligente, superior a la media. Sin reconocimiento de afectos, actuador, inestable, no colaborador con el estudio, todo compatible con la adicción al juego”. Firmaron María Elena Chicatto, psicóloga forense, Patricia Ferreira, psicóloga de parte.

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